La paternidad es una
oportunidad y una responsabilidad única para un hombre. Es el papel más
importante, trascendente y con mayores retos e inquietudes en la vida
masculina. Ser padre es un cambio dramático para la vida de un hombre. Su
función social en la formación de las nuevas generaciones tiene un peso
innegable.
En este ensayo se quiere
reflexionar sobre el lugar del padre en la educación de la afectividad de sus
hijos. Inicialmente se expondrán algunos elementos para la comprensión del
plano afectivo en los seres humanos, para posteriormente analizar el lugar y la
responsabilidad paterna en esta tarea.
La afectividad humana
Según el planteamiento de Sierra[1] el
plano afectivo se desarrolla por la fuerza de los deseos y de los impulsos. Los
deseos son apetitos que buscan conseguir lo que se percibe como un bien. Se dan
en el presente, en lo sensible y su satisfacción produce placer. Ejemplo de
ellos sería la nutrición. El deseo de comer desaparece de la conciencia una vez
satisfecho y está supeditado y limitado a la realidad física del cuerpo; solo se puede comer hasta un punto
de saciedad.
Los impulsos son fuerzas
destinadas a la obtención de un “bien” que no es tan fácilmente accequible al
sujeto y que generalmente está más allá del presente y de la sensibilidad. Ejemplo
de ellos sería la agresividad que busca eliminar un obstáculo en la búsqueda de
un “bien”. Un niño le pega a otro para arrebatarle un juguete que desea tener.
La afectividad se moldea en el
ambiente en el que el niño crece. Es la familia con los padres como primeros
gestores quienes van a influir de manera definitiva en este plano. Sus
características se van a ver ampliadas y complementadas por la educación fuera
del hogar y por todas las relaciones
sociales posteriores.
Inteligencia, voluntad y afectividad
La afectividad humana con sus
deseos e impulsos se ve influida por la inteligencia y por la voluntad. Las
principales manifestaciones de la inteligencia son el lenguaje y el
pensamiento. La voluntad es la potencia que busca obtener para el sujeto lo que
asume como un bien.
Los comportamientos humanos son
producto de la combinación de la afectividad con la inteligencia y la voluntad,
lo que produce su singularidad. Las actuaciones humanas no son fácilmente
predecibles por el conjunto de factores que las producen.
“Educar a la persona no es solo
educar la inteligencia para que busque diligentemente la verdad y educar la
voluntad para que se adhiera al verdadero bien. Ha de educarse también la
afectividad de la que provienen deseos, impulsos y sugestiones que bien pueden
ser la mayor fuente de error a la hora de la elección” [2]
Inteligencia Emocional
Los niños pequeños entienden desde muy temprano en su desarrollo el
lenguaje afectivo y la comunicación no verbal.
“La unión se desarrolla en el bebé por medio del roce, la vista, el
oído, el gusto y el olfato. El comportamiento de parte de la madre y el padre
en lo que respecta a acariciar, besar, abrazar y contemplar prolongadamente,
son indicadores de los nexos de unión que se establecen con su bebé” [3] La experiencia de sensaciones, sentimientos,
emociones y afectos en los primeros años genera una memoria sensible que
perdura durante toda la vida. La calidad de estas primeras experiencias marcan
el rumbo afectivo de la persona. Al ser positivas o negativas determinarán lo
que será afectivamente esa persona en su vida.
El concepto de inteligencia afectiva o emocional propuesto en 1.995 por
Daniel Goleman [4] se
entiende como el conocimiento de la propia emocionalidad, la auto-motivación y la capacidad de conectar
la inteligencia y la voluntad con la afectividad para conseguir que el proceso
cognitivo sea más que un aprendizaje de conocimientos una búsqueda del bien y
la verdad.
Educar los sentimientos es prepararlos para que reaccionen a lo
positivo, lo bello, lo verdadero, lo justo y lo trascendente. Son los padres
los primeros encargados y responsables de esta tarea, para que formen hijos con
sentimientos positivos, sanos y buenos hacia si mismos, hacia los demás y hacia
el medio que les rodea. El padre es quien genera los sentimientos más fuertes y
más estables y junto con la madre enseña todos los sentimientos básicos.
El Padre y la afectividad
Como la afectividad está movida
por deseos e impulsos corresponde a los padres acompañar a sus hijos en el
aprendizaje del control y manejo de estos.
El bebé recién nacido
experimenta el mundo desde sus sensaciones producidas por sus necesidades
básicas. Siente hambre, frío, humedad, miedo o sueño. Qué puede hacer el padre
para ayudarle? Darle un tetero, arroparle, cambiarle el pañal, alzarle o
arrullarle para dormir. Desafortunadamente para muchos hombres estas sencillas tareas son consideradas
difíciles, ajenas a su género, poco masculinas, responsabilidad de la madre o
simplemente no están presentes para hacerlas.
Desde los primeros meses un
bebé está aprendiendo su relación con el mundo y si en su vida cotidiana su
padre no está presente los lazos que podría establecer con él no van empezar
siendo fuertes. Ya está establecido que la comunicación de los primeros meses
está dada por el contacto, un bebé no entiende discursos. El contacto visual,
la caricia, el abrazo y la palabra amorosa del padre son fundamentales en los
primeros años de vida. Es con esta presencia que el padre empieza su labor en
la educación de la afectividad de sus hijos.
El Proveedor
El rol masculino tradicional lo
ha considerado como el proveedor de la familia y el garante de la satisfacción
de las necesidades básicas de alimentación, techo, vestido, etc. Es
generalmente el esposo y padre quien trabaja para proporcionar el dinero que
satisfaga estas necesidades. Sin embargo
el cumplimiento de este rol no puede hacer que por su trabajo se olvide de su
presencia en la vida cotidiana del hogar.
En su libro “El Don de Ser Padre” Aaron Hass [5]
plantea que muchos hombres justifican con racionalizaciones su ausencia de la
vida de sus hijos debido a que están trabajando para darles lo que necesitan:
”Paso muchas horas trabajando para que no les falte nada”, “Tengo que trabajar
mucho para que puedan tener todo lo que yo no tuve”.
Muchos padres consideran,
desafortunadamente, que la mejor manera de demostrar que aman a sus hijos es
trabajar por ellos y las cosas materiales que les dan. El problema de las
anteriores afirmaciones es que se quedan sólo en el plano material, olvidando
que las necesidades de los hijos son igualmente, sino más, en otros planos.
“Educar la afectividad es generar
un hábitat en lo físico, lo afectivo, lo psíquico y lo espiritual que se adecue
lo más posible a un optimum de desarrollo humano, a partir del cabal
conocimiento de las necesidades de la persona en cada uno de estos campos; ... como diferentes niveles de un proceso
global, en donde todos los factores son inter-dependientes”[6]
El Protector
El hombre tiene una constitución física que le posibilita proteger y
cuidar de su pareja e hijos. Cuando un bebé nace está totalmente indefenso. Es
un ser completamente vulnerable que depende de sus padres para sobrevivir. Los
sentimientos y deseos de protección y responsabilidad que experimentan los
padres se intensifican con la experiencia de cuidar al niño. “En ese tierno
amor paternal hay una emotiva receptividad elemental que suele ser nueva para
los padres primerizos. Repetidamente los hombres dicen que les sorprende la
intensidad de sus sentimientos. Estas emociones respecto a sus hijos son
distintas de cuanto han experimentado antes”[7]
La indefección del bebé y del niño produce comprensión y compasión en un
adulto sano, y un deseo de proteger y cuidar. Este rol es fundamental, pero no
debe volverse sobre-protección. Es nocivo para el hijo el que su padre lo
sobre-proteja, porque el mensaje que recibe es de su propia incompetencia y de
falta de confianza del adulto en sus capacidades. La sobre-protección produce
niños inseguros, con autoestimas pobres y que pueden volverse adolescentes
rebeldes o deprimidos.
El modelo afectivo
Los padres son los modelos de los hijos. Los niños aprenden por
imitación. El amor se aprende y si un hombre es capaz de amar mejor a su hijo
esté aprenderá a amarse mejor a si mismo y a otros seres humanos. Si un padre
es amoroso con los miembros de su familia los hijos aprenderán a amar a otras
personas. Esto no puede ser un discurso, sino una experiencia de vida.
Así mismo, no basta amar a un niño, es importante demostrárselo. Las
acciones y las palabras cumplen un papel primordial en esto. Los niños, al
igual que los adultos, necesitan reconocimiento y valoración.
Si los padres son empáticos con sus hijos y sus circunstancias, los
hijos aprenderán a ser empáticos con otras personas. A veces los padres quieren
evitar experiencias dolorosas a los hijos y les quitan importancia a sus
sentimientos de dolor lo que termina siendo contraproducente porque el niño se
siente incomprendido y solo.
El modelo social y sexual
El padre es modelo no solo de expresión afectiva, sino del rol social y
sexual.
El niño varón aprende los comportamientos masculinos de su padre.
Aprende su forma de relacionarse con las mujeres a través de lo que ve de la
relación de su padre con la madre. Aprende su rol masculino y lo que espera la
sociedad de él desde la observación y la
imitación de su padre. La niña aprende su relación con los hombres de su
relación con el padre. Es el su primer amor después de la madre y de esas
primeras vinculaciones afectivas va a depender su futuro relacional y
emocional.
La construcción de lo masculino en los hijos está influenciada
poderosamente por el padre y sus comportamientos. Su ejemplo es básico en el
momento de establecer ideas e ideales sobre el mundo, las personas y sus
relaciones.
Existen roles y características considerados tradicionalmente masculinos
como la autosuficiencia, la fuerza, la objetividad, el ser racional y cerebral,
el autodominio, la autoridad y el ejercicio del poder que a veces por su estereotipia
dificultan la tarea de ser padres a los hombres que quieren definirse de
maneras menos rígidas. No solamente las mujeres pueden ser sensibles y tiernas.
Existe una forma de ternura masculina, y su sensibilidad enriquece al mundo. La
ternura del padre y la madre son diferentes, pero se complementan.
Definitivamente los hombres pueden y deben expresarse afectuosamente con
sus hijos.
La autoridad
El amor no basta para educar la
afectividad. Los hijos necesitan orientación y límites para sentirse seguros. Las normas y las leyes nos ayudan a aliviar
los sentimientos de vulnerabilidad y las sensaciones de descontrol. Los niños
no saben regular sus impulsos y necesitan adultos guías que les ayuden a
aprender a controlarse.
Es el padre un elemento fundamental
para que el hijo aprenda disciplina y auto-control. Hass[8]
plantea que hay tres tipos de padres en relación con la autoridad. El Padre Autoritario que suele producir hijos
ansiosos, temerosos y deprimidos es alguien insensible a las necesidades de sus
hijos, que prohíbe los desacuerdos, mantiene controles excesivamente rígidos,
es hiper-crítico, es impaciente y siempre está juzgando al hijo.
El Padre
Permisivo que suele producir hijos manipuladores e incapaces de tolerar la
menor frustración de sus deseos es aquel que no logra establecer límites,
refleja una necesidad exagerada de que sus hijos le quieran y racionaliza su
renuncia al papel de padre.
Y el padre con autoridad que suele producir hijos
seguros de si mismos y seres humanos compasivos que es quien fija reglas
realistas, admite los errores, expresa calidez y afecto, explica los motivos de
sus decisiones, es estimulador, define con claridad los límites, no es
demasiado crítico y es sensible a las necesidades particulares de su hijo.
Alvaro Sierra describe en su
libro de Educación de la afectividad[9]
algunos errores que socavan la autoridad de los padres frente a los hijos.
Entregar la responsabilidad de la educación al centro escolar considerando que
la escuela puede brindar una educación integral es un grave error. El
autoritarismo expresado como gritos, cantaletas o castigos les hace perder
respeto frente a sus hijos. No ejercer el derecho-deber de la autoridad bajo la
excusa de preservar la paz de la familia deja a los hijos sin guía. Socavar la
autoridad del cónyuge para defender el propio prestigio afecta la credibilidad
de ambos padres. Expresarse mal de los demás y no asumir las responsabilidades
personales, así como delegar funciones que les corresponden en su tarea de
formar generan que sus hijos les vean como incompetentes. No ser buen amigo o mostrarse incapaz de servir a
otra persona, hace que los hijos les vean mezquinos y pobres espiritualmente.
Limitaciones de los padres
Es importante entender porque los
hombres no siempre pueden ejercer una paternidad plena y asumir sus compromisos
de educación integral de la afectividad de sus hijos.
Entre las razones para no
compartir más tiempo y posibilitar espacios educativos con los hijos pueden
estar el considerar las tareas de crianza muy difíciles o no sentirse preparado
para realizarlas (como se expuso anteriormente) o el no haberse involucrado con la crianza desde los primeros
años lo que puede hacer que no haya un vínculo fuerte entre padre e hijo y se
sientan mutuamente incómodos lo que los lleva a evitar compartir momentos. También el padre puede sentirse rechazado
en algún momento generándole malestar y afectando su deseo de compartir con el
hijo. Algunos padres tienen la sensación de que el hijo es una carga demasiado
grande, o que los hijos son responsabilidad de la madre.
Otros padres piensan que su hijo es muy diferente a él por sus
intereses, sus gustos, su temperamento o que es una persona muy difícil. Se les
hace muy complejo relacionarse con él y prefieren eludir su papel.
Para otros la educación de los hijos es un tema en el que no hay acuerdo
con su pareja lo que les lleva a evitar la tarea para evitar el conflicto. Si
los valores para educar a los hijos, o las formas de disciplinar, o las formas
de relacionarse no coinciden en ambos miembros de la pareja esto va a generar
un conflicto.
Algunas mujeres consideran que el rol de madres concebido de manera muy
tradicional excluye a los padres de la vida cotidiana de sus hijos y sienten su presencia como una
intromisión. Estas madres se ven amenazadas si el padre quiere compartir la
crianza y se vuelve una situación competitiva y no cooperativa.
Muchos hombres carecieron en su propia infancia de un modelo sano de
padre. Tuvieron padres ausentes, maltratadores o que les dieron un ejemplo
negativo en su afectividad. Esto les dificulta su propia tarea paterna y les
revive sus propios conflictos en la relación padre-hijo.
La importancia del rol paterno
A lo largo del texto se han descrito las tareas irreemplazables del padre
en la educación de la afectividad. El padre es ejemplo, protector, proveedor,
modelo social y sexual, y es la autoridad que permite adquirir el autodominio.
Un padre sano y amoroso posibilita que la afectividad de sus hijos haga
de ellos personas maduras, seguras, generosas y honestas. Un buen padre
posibilita la formación de buenos hijos.
El amor y la autoridad paterna son una experiencia trascendente que les
permite a los hijos aprender en todos los niveles y les garantiza el desarrollo
físico, afectivo, psíquico y espiritual y la educación verdaderamente
integral.
Este proceso continuo, realizado de manera responsable y buena no trae
solamente grandes satisfacciones para los hijos, sino tambien para los padres,
porque a traves de esta experiencia se hacen mejores seres humanos, mejores
esposos y mejores hombres.
[1]
SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La
Sabana, pp. 57- 62.
[2]
SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La
Sabana, p.74
[3]
AUCKETT, A. (1981), El masaje para el
bebé, Bogotá, Interamericana, p.14.
[4] GOLEMAN, D. (1995), New York,
Emotional Intelligence, Bantm Boors, 352 pags.
[5]
HASS,A.(1995) El Don der Ser Padre, Buenos Aires, Javier Vergara Editor,p. 18 y
19.
[6]
SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La
Sabana, p. 188.
[7]
WORHT, C. (1989). Padre por primera vez, Bogotá, Norma, p.106.
[8]
HASS,A.(1995) El Don der Ser Padre, Buenos Aires, Javier Vergara Editor,p. 107
y 108.
[9]
SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La
Sabana, p.231 a 234.
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