miércoles, 17 de febrero de 2016

EL ROL DEL PADRE EN LA EDUCACIÓN DE LA AFECTIVIDAD

La paternidad es una oportunidad y una responsabilidad única para un hombre. Es el papel más importante, trascendente y con mayores retos e inquietudes en la vida masculina. Ser padre es un cambio dramático para la vida de un hombre. Su función social en la formación de las nuevas generaciones tiene un peso innegable.

En este ensayo se quiere reflexionar sobre el lugar del padre en la educación de la afectividad de sus hijos. Inicialmente se expondrán algunos elementos para la comprensión del plano afectivo en los seres humanos, para posteriormente analizar el lugar y la responsabilidad paterna en esta tarea.

La afectividad humana


La afectividad es una característica que nos posibilita la interacción con el mundo y otros seres. En los animales sus comportamientos son instintivos, con respuestas predeterminadas genéticamente y estereotipadas para todos los miembros de la misma especie. En las personas la afectividad no esta dada por comportamientos instintivos, sino que cada uno actúa desde su intimidad y son el aprendizaje y la intencionalidad los que la determinan.
Según el planteamiento de Sierra[1] el plano afectivo se desarrolla por la fuerza de los deseos y de los impulsos. Los deseos son apetitos que buscan conseguir lo que se percibe como un bien. Se dan en el presente, en lo sensible y su satisfacción produce placer. Ejemplo de ellos sería la nutrición. El deseo de comer desaparece de la conciencia una vez satisfecho y está supeditado y limitado a la realidad física del cuerpo; solo se puede comer hasta un punto de saciedad.
Los impulsos son fuerzas destinadas a la obtención de un “bien” que no es tan fácilmente accequible al sujeto y que generalmente está más allá del presente y de la sensibilidad. Ejemplo de ellos sería la agresividad que busca eliminar un obstáculo en la búsqueda de un “bien”. Un niño le pega a otro para arrebatarle un juguete que desea tener.
La afectividad se moldea en el ambiente en el que el niño crece. Es la familia con los padres como primeros gestores quienes van a influir de manera definitiva en este plano. Sus características se van a ver ampliadas y complementadas por la educación fuera del hogar  y por todas las relaciones sociales posteriores.

Inteligencia, voluntad y afectividad


La afectividad humana con sus deseos e impulsos se ve influida por la inteligencia y por la voluntad. Las principales manifestaciones de la inteligencia son el lenguaje y el pensamiento. La voluntad es la potencia que busca obtener para el sujeto lo que asume como un bien.
Los comportamientos humanos son producto de la combinación de la afectividad con la inteligencia y la voluntad, lo que produce su singularidad. Las actuaciones humanas no son fácilmente predecibles por el conjunto de factores que las producen.
“Educar a la persona no es solo educar la inteligencia para que busque diligentemente la verdad y educar la voluntad para que se adhiera al verdadero bien. Ha de educarse también la afectividad de la que provienen deseos, impulsos y sugestiones que bien pueden ser la mayor fuente de error a la hora de la elección” [2]

Inteligencia Emocional 


Los niños pequeños entienden desde muy temprano en su desarrollo el lenguaje afectivo y la comunicación no verbal.  “La unión se desarrolla en el bebé por medio del roce, la vista, el oído, el gusto y el olfato. El comportamiento de parte de la madre y el padre en lo que respecta a acariciar, besar, abrazar y contemplar prolongadamente, son indicadores de los nexos de unión que se establecen con su bebé” [3] La experiencia de sensaciones, sentimientos, emociones y afectos en los primeros años genera una memoria sensible que perdura durante toda la vida. La calidad de estas primeras experiencias marcan el rumbo afectivo de la persona. Al ser positivas o negativas determinarán lo que será afectivamente esa persona en su vida.

El concepto de inteligencia afectiva o emocional propuesto en 1.995 por Daniel Goleman [4] se entiende como el conocimiento de la propia emocionalidad,  la auto-motivación y la capacidad de conectar la inteligencia y la voluntad con la afectividad para conseguir que el proceso cognitivo sea más que un aprendizaje de conocimientos una búsqueda del bien y la verdad.
Educar los sentimientos es prepararlos para que reaccionen a lo positivo, lo bello, lo verdadero, lo justo y lo trascendente. Son los padres los primeros encargados y responsables de esta tarea, para que formen hijos con sentimientos positivos, sanos y buenos hacia si mismos, hacia los demás y hacia el medio que les rodea. El padre es quien genera los sentimientos más fuertes y más estables y junto con la madre enseña todos los sentimientos básicos.

El Padre y la afectividad


Como la afectividad está movida por deseos e impulsos corresponde a los padres acompañar a sus hijos en el aprendizaje del control y manejo de estos.
El bebé recién nacido experimenta el mundo desde sus sensaciones producidas por sus necesidades básicas. Siente hambre, frío, humedad, miedo o sueño. Qué puede hacer el padre para ayudarle? Darle un tetero, arroparle, cambiarle el pañal, alzarle o arrullarle para dormir. Desafortunadamente para muchos hombres  estas sencillas tareas son consideradas difíciles, ajenas a su género, poco masculinas, responsabilidad de la madre o simplemente no están presentes para hacerlas.
Desde los primeros meses un bebé está aprendiendo su relación con el mundo y si en su vida cotidiana su padre no está presente los lazos que podría establecer con él no van empezar siendo fuertes. Ya está establecido que la comunicación de los primeros meses está dada por el contacto, un bebé no entiende discursos. El contacto visual, la caricia, el abrazo y la palabra amorosa del padre son fundamentales en los primeros años de vida. Es con esta presencia que el padre empieza su labor en la educación de la afectividad de sus hijos.

El Proveedor 


El rol masculino tradicional lo ha considerado como el proveedor de la familia y el garante de la satisfacción de las necesidades básicas de alimentación, techo, vestido, etc. Es generalmente el esposo y padre quien trabaja para proporcionar el dinero que satisfaga estas necesidades.  Sin embargo el cumplimiento de este rol no puede hacer que por su trabajo se olvide de su presencia en la vida cotidiana del hogar.  En su libro “El Don de Ser Padre” Aaron Hass [5] plantea que muchos hombres justifican con racionalizaciones su ausencia de la vida de sus hijos debido a que están trabajando para darles lo que necesitan: ”Paso muchas horas trabajando para que no les falte nada”, “Tengo que trabajar mucho para que puedan tener todo lo que yo no tuve”. 
Muchos padres consideran, desafortunadamente, que la mejor manera de demostrar que aman a sus hijos es trabajar por ellos y las cosas materiales que les dan. El problema de las anteriores afirmaciones es que se quedan sólo en el plano material, olvidando que las necesidades de los hijos son igualmente, sino más, en otros planos.
“Educar la afectividad es generar un hábitat en lo físico, lo afectivo, lo psíquico y lo espiritual que se adecue lo más posible a un optimum de desarrollo humano, a partir del cabal conocimiento de las necesidades de la persona en cada uno de estos campos; ... como diferentes niveles de un proceso global, en donde todos los factores son inter-dependientes”[6]


El Protector 

El hombre tiene una constitución física que le posibilita proteger y cuidar de su pareja e hijos. Cuando un bebé nace está totalmente indefenso. Es un ser completamente vulnerable que depende de sus padres para sobrevivir. Los sentimientos y deseos de protección y responsabilidad que experimentan los padres se intensifican con la experiencia de cuidar al niño. “En ese tierno amor paternal hay una emotiva receptividad elemental que suele ser nueva para los padres primerizos. Repetidamente los hombres dicen que les sorprende la intensidad de sus sentimientos. Estas emociones respecto a sus hijos son distintas de cuanto han experimentado antes”[7]
La indefección del bebé y del niño produce comprensión y compasión en un adulto sano, y un deseo de proteger y cuidar. Este rol es fundamental, pero no debe volverse sobre-protección. Es nocivo para el hijo el que su padre lo sobre-proteja, porque el mensaje que recibe es de su propia incompetencia y de falta de confianza del adulto en sus capacidades. La sobre-protección produce niños inseguros, con autoestimas pobres y que pueden volverse adolescentes rebeldes o deprimidos.

El modelo afectivo 


Los padres son los modelos de los hijos. Los niños aprenden por imitación. El amor se aprende y si un hombre es capaz de amar mejor a su hijo esté aprenderá a amarse mejor a si mismo y a otros seres humanos. Si un padre es amoroso con los miembros de su familia los hijos aprenderán a amar a otras personas. Esto no puede ser un discurso, sino una experiencia de vida.
Así mismo, no basta amar a un niño, es importante demostrárselo. Las acciones y las palabras cumplen un papel primordial en esto. Los niños, al igual que los adultos, necesitan reconocimiento y valoración.
Si los padres son empáticos con sus hijos y sus circunstancias, los hijos aprenderán a ser empáticos con otras personas. A veces los padres quieren evitar experiencias dolorosas a los hijos y les quitan importancia a sus sentimientos de dolor lo que termina siendo contraproducente porque el niño se siente incomprendido y solo.


El modelo social y sexual 

El padre es modelo no solo de expresión afectiva, sino del rol social y sexual.
El niño varón aprende los comportamientos masculinos de su padre. Aprende su forma de relacionarse con las mujeres a través de lo que ve de la relación de su padre con la madre. Aprende su rol masculino y lo que espera la sociedad de él desde la observación y  la imitación de su padre. La niña aprende su relación con los hombres de su relación con el padre. Es el su primer amor después de la madre y de esas primeras vinculaciones afectivas va a depender su futuro relacional y emocional.
La construcción de lo masculino en los hijos está influenciada poderosamente por el padre y sus comportamientos. Su ejemplo es básico en el momento de establecer ideas e ideales sobre el mundo, las personas y sus relaciones.
Existen roles y características considerados tradicionalmente masculinos como la autosuficiencia, la fuerza, la objetividad, el ser racional y cerebral, el autodominio, la autoridad y el ejercicio del poder que a veces por su estereotipia dificultan la tarea de ser padres a los hombres que quieren definirse de maneras menos rígidas. No solamente las mujeres pueden ser sensibles y tiernas. Existe una forma de ternura masculina, y su sensibilidad enriquece al mundo. La ternura del padre y la madre son diferentes, pero se complementan.
Definitivamente los hombres pueden y deben expresarse afectuosamente con sus hijos.

La autoridad 


El amor no basta para educar la afectividad. Los hijos necesitan orientación y límites para sentirse seguros.  Las normas y las leyes nos ayudan a aliviar los sentimientos de vulnerabilidad y las sensaciones de descontrol. Los niños no saben regular sus impulsos y necesitan adultos guías que les ayuden a aprender a controlarse.
Es el padre un elemento fundamental para que el hijo aprenda disciplina y auto-control. Hass[8] plantea que hay tres tipos de padres en relación con la autoridad.  El Padre Autoritario que suele producir hijos ansiosos, temerosos y deprimidos es alguien insensible a las necesidades de sus hijos, que prohíbe los desacuerdos, mantiene controles excesivamente rígidos, es hiper-crítico, es impaciente y siempre está juzgando al hijo. 
El Padre Permisivo que suele producir hijos manipuladores e incapaces de tolerar la menor frustración de sus deseos es aquel que no logra establecer límites, refleja una necesidad exagerada de que sus hijos le quieran y racionaliza su renuncia al papel de padre. 
Y el padre con autoridad que suele producir hijos seguros de si mismos y seres humanos compasivos que es quien fija reglas realistas, admite los errores, expresa calidez y afecto, explica los motivos de sus decisiones, es estimulador, define con claridad los límites, no es demasiado crítico y es sensible a las necesidades particulares de su hijo.
Alvaro Sierra describe en su libro de Educación de la afectividad[9] algunos errores que socavan la autoridad de los padres frente a los hijos. Entregar la responsabilidad de la educación al centro escolar considerando que la escuela puede brindar una educación integral es un grave error. El autoritarismo expresado como gritos, cantaletas o castigos les hace perder respeto frente a sus hijos. No ejercer el derecho-deber de la autoridad bajo la excusa de preservar la paz de la familia deja a los hijos sin guía. Socavar la autoridad del cónyuge para defender el propio prestigio afecta la credibilidad de ambos padres. Expresarse mal de los demás y no asumir las responsabilidades personales, así como delegar funciones que les corresponden en su tarea de formar generan que sus hijos les vean como incompetentes. No ser  buen amigo o mostrarse incapaz de servir a otra persona, hace que los hijos les vean mezquinos y pobres espiritualmente.


Limitaciones de los padres


Es importante entender porque los hombres no siempre pueden ejercer una paternidad plena y asumir sus compromisos de educación integral de la afectividad de sus hijos.
Entre las razones para no compartir más tiempo y posibilitar espacios educativos con los hijos pueden estar el considerar las tareas de crianza muy difíciles o no sentirse preparado para realizarlas (como se expuso anteriormente) o el no haberse involucrado con la crianza desde los primeros años lo que puede hacer que no haya un vínculo fuerte entre padre e hijo y se sientan mutuamente incómodos lo que los lleva a evitar compartir momentos. También el padre puede sentirse rechazado en algún momento generándole malestar y afectando su deseo de compartir con el hijo. Algunos padres tienen la sensación de que el hijo es una carga demasiado grande, o que los hijos son responsabilidad de la madre.
Otros padres piensan que su hijo es muy diferente a él por sus intereses, sus gustos, su temperamento o que es una persona muy difícil. Se les hace muy complejo relacionarse con él y prefieren eludir su papel.
Para otros la educación de los hijos es un tema en el que no hay acuerdo con su pareja lo que les lleva a evitar la tarea para evitar el conflicto. Si los valores para educar a los hijos, o las formas de disciplinar, o las formas de relacionarse no coinciden en ambos miembros de la pareja esto va a generar un conflicto.
Algunas mujeres consideran que el rol de madres concebido de manera muy tradicional excluye a los padres de la vida cotidiana  de sus hijos y sienten su presencia como una intromisión. Estas madres se ven amenazadas si el padre quiere compartir la crianza y se vuelve una situación competitiva y no cooperativa.
Muchos hombres carecieron en su propia infancia de un modelo sano de padre. Tuvieron padres ausentes, maltratadores o que les dieron un ejemplo negativo en su afectividad. Esto les dificulta su propia tarea paterna y les revive sus propios conflictos en la relación padre-hijo.

La importancia del rol paterno 


A lo largo del texto se han descrito las tareas irreemplazables del padre en la educación de la afectividad. El padre es ejemplo, protector, proveedor, modelo social y sexual, y es la autoridad que permite adquirir el autodominio.
Un padre sano y amoroso posibilita que la afectividad de sus hijos haga de ellos personas maduras, seguras, generosas y honestas. Un buen padre posibilita la formación de buenos hijos.
El amor y la autoridad paterna son una experiencia trascendente que les permite a los hijos aprender en todos los niveles y les garantiza el desarrollo físico, afectivo, psíquico y espiritual y la educación verdaderamente integral.
Este proceso continuo, realizado de manera responsable y buena no trae solamente grandes satisfacciones para los hijos, sino tambien para los padres, porque a traves de esta experiencia se hacen mejores seres humanos, mejores esposos y mejores hombres.





[1] SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La Sabana, pp. 57- 62.

[2] SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La Sabana, p.74
[3] AUCKETT, A. (1981),  El masaje para el bebé, Bogotá, Interamericana, p.14.
[4] GOLEMAN, D. (1995), New York, Emotional Intelligence, Bantm Boors, 352 pags.
[5] HASS,A.(1995) El Don der Ser Padre, Buenos Aires, Javier Vergara Editor,p. 18 y 19.
[6] SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La Sabana, p. 188.
[7] WORHT, C. (1989). Padre por primera vez, Bogotá, Norma, p.106.
[8] HASS,A.(1995) El Don der Ser Padre, Buenos Aires, Javier Vergara Editor,p. 107 y 108.
[9] SIERRA LONDOÑO, A.(1998). Educación de la Afectividad, Bogotá,Universidad de La Sabana, p.231 a 234.

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